A media mañana la primavera canta en un trinado asombroso como el de una fina orquesta.
Abejitas somnolientas merodean la lavanda. Han florecido las hortensias, y la rosa...
Otra vez suben los tallos hacia el sol y se enciende el jardín con su fulgor.
Vienen de nuevo los picuditos y alardean sus colores y su voz...
Ya son más de cuarenta primaveras de sentir el frescor de la brisa suave como caricia obsena sobre mi cuerpo.
Más de cuarenta veces he dejado atrás macilentos inviernos y sus ojos de cristal. Y del otoño... más de cuarenta otoños que con sus remolinos de silencio han dejado una huella indeleble.
Son casi cincuenta años de contemplación...De ver los sueños crecer o truncarse... Sueños amputados, muñones, y aquellos otros sueños concretados que han configurado lo que hoy soy.
Pero después del frío siempre llega primavera y yo me siento junto a la gran ventana a observar silenciosa su cuerpo exuberante y la palidez de sus ojos claros...
Cuando eran solo veinte no reparaba en los detalles, mi vida iba en una vorágine de emociones y no sabía yo del dolor de un jardín marchito, eran tiempos en los que el tiempo era infinito y transcurría lentamente...
Las rosas eran solo rosas y espinas. Ahora todo tiene un doblez,y este jardín es un universo paralelo, un mundo de hormiguitas y caracoles.
Ahora es escapar del sinsentido en la contemplación del verdor profundo y del renacer continuo de la flor.
Ahora soy más que nunca viva, ahora estoy más que nunca luminosa porque ahora comprendo silenciosa, porque ahora me siento y observo, porque ahora finalmente le temo a la muerte...
Paula